domingo, 10 de enero de 2010

Trozos de papel (I)


El título de esta sección es un plagio (¡homenaje, se dice homenaje!) a un espacio de MSN (léase blog sin tanta parafernalia hacheteemelística) que regentaba en el pasado, en el que colgaba...pues más o menos las mismas tonterías que en éste (cuánto ha llovido y qué poco hemos cambiado....) amén de relatos de mi puño y tecla. Hablando de relatos, me acabo de acordar que.....no, no, no, para, esto suena demasiado a monólogo malo (viniendo hacia aquí me ha sucedido algo gracioso...), no voy a hacer una elípsis (¿era elípsis? jo, tantos años de lengua para no acordarme de nada....una hora y media apenas ;)) para introducir el tema de los relatos....por lo tanto, el diccionario Webster define relato como....vale, otra vez.....venga, ahora en serio (lo que estéis acostumbrados a hablar conmigo sabéis que esta sucesión de paréntesis, puntos seguidos, y cosas que no tienen nada que ver es una representación a escala de mis conversaciones =)), este relato lo presenté el año pasado al certamen de la asociación cultural de mi escuela y ganó/é (sí, lo sé, no es el Nobel, pero por algo se empieza, ¿vale?). Por supuesto, lo presenté no sólo bajo pseudónimo sino con la colaboración de una amiga para evitar confrontaciones con el jurado que me la tiene jurada desde que juré que.....olvidémoslo y demos paso al relato (que ahora que me acuerdo tiene una historia detrás, pero ya os la cuento otro día....)

Una memoria de cristal

Aún quedaban algunos jirones de noche en el cielo y Sebastián ya se había despertado. No tenía problemas de insomnio, todo lo contrario, pero durante toda su vida había vivido con el sol y no lo entendía de otra manera.


Se sentó en el borde de la ya desvencijada cama de matrimonio y cerró de nuevo los ojos. No tenía sueño, sólo era un ritual que le acompañaba cada mañana desde hacía varios años. Las aletas de su nariz se abrieron temblorosas escudriñando el ambiente y comenzó a inspirar lenta y cautelosamente. Sus músculos se relajaron a medida que el aire entraba en sus pulmones.


Recorrió primero su cuerpo, su viejo y marchito cuerpo, la cama, el sudor que se mezclaba con el almizcle de las sábanas y, al otro lado de la cama, nada. ¿Nada? Inspiró profundamente pero no conseguía captarlo. Inspiró una, otra y otra vez más mientras su pulso se aceleraba. En este punto paró, abrió los ojos y se incorporó rápidamente por lo que tuvo que agarrarse a los pies de la cama para no caerse. Pero no, no había tiempo que perder. Todavía a trompicones se dirigió a la cómoda y la revisó de arriba abajo. Nada. ¿Cómo podía habérsele olvidado? Su memoria estaba cada vez más deteriorada. Pero siempre guardaba el de reserva en uno de los cajones del baño, ¿verdad? Se dirigió corriendo hacia ahí y comenzó a revolver todo, poseído por un frenesí. Nada. Maldijo y comenzó a llorar y a balbucear palabras ininteligibles entre recipientes volcados y azulejos ya gastados.


Pero había solución, siempre hay solución. Él sabía como solucionarlo. Se incorporó un poco avergonzado por haberse dejado dominar por la situación y comenzó a arreglarse. Sin prisa pero sin pausa, como siempre decía. En ese momento su mayor deseo era salir a la calle, aún en pijama y pantuflas, pero ante todo era un caballero y tenía que ir bien vestido. Se puso una de tantas camisas blancas con los cuellos almidonados, su traje de pana beige y unos zapatos bien lustrados. Se ató un pañuelo azul al cuello al que se abstuvo de echar colonia y cuando abrió la puerta para salir cogió su sombrero preferido del perchero del recibidor.


Las calles aún estaban frías. Apenas se veían coches y los que pasaban llevaban las luces puestas. Las persianas de los comercios comenzaban a levantarse y las cafeteras de los bares empezaban a funcionar. Del mercado del barrio ya salían voces anunciando el género o cuadrando cuentas. Ése era el sonido de las mañanas. Sebastián sorteó a los primeros transeúntes todavía sonámbulos y se dirigió rápidamente a la tienda, que distaba nueve o diez manzanas de su casa. Su memoria ya no era lo que había sido antaño y sin embargo, era capaz de recordar exactamente donde se encontraba. Podría decirse que sabía llegar con los ojos cerrados.


Cruzó calles con nombres de generales famosos, de batallas pírricas ya olvidadas en la memoria colectiva. Cruzó un país, dos ríos y giró por un tercero en el que se encontraba la tienda. Al acercarse, su corazón, medio por el esfuerzo medio por la emoción, comenzó a acelerarse de nuevo. Hace unos años, tuvo que esperar una semana a que repusieran el producto. Fue entonces cuando comenzó a llevarse uno de repuesto, pero esta vez se le había olvidado. Su estúpida y vieja memoria.


Apenas estuvo diez minutos dentro. La dependienta, una chica joven y risueña leyó el papel que Sebastián le tendió y se dirigió a la trastienda. Después de pagar, le dio las gracias y salió de nuevo a la calle, más relajado. Ya lo tenía y sin embargo no quería perder más tiempo por lo que, en vez de volver andando, paró un taxi y le dio la dirección de su casa.


Al llegar no encontró el ascensor donde lo había dejado apenas media hora antes. Para no demorar el momento de abrir el paquete, subió de dos en dos los escalones. Llegó hasta su puerta sin aliento y tan nervioso que necesitó de casi otra eternidad, o así le parecía, para encajar la llave en la cerradura.


Sin tan siquiera quitarse el sombrero volvió a su cuarto, se sentó en su cama todavía deshecha y rasgó el envoltorio del paquete. Su respiración se aceleró aún más cuando vio el frasco lleno, rebosante del líquido cuya carencia le había hecho sollozar un rato antes. Un gran sentimiento de alivio le envolvió en ese preciso instante y con dedos temblorosos desenroscó la tapa. Pulsó el pulverizador una, dos y tres veces, se tumbó en la cama y cerró de nuevo los ojos.


Un aire renovado entró en sus pulmones. En ese momento se hizo la luz en su interior, en su frágil memoria de cristal: sonrió suavemente mientras por sus mejillas caían lágrimas de nostalgia, de felicidad, de alivio. “Gloria...¡Gloria! ¡No sabes cuánto te he echado de menos! ¡Qué cerca he estado de perderte esta vez!”.




Escuchando: Metallica - The Unforgiven (I y II, del III pasando...)

5 comentarios:

  1. No sé porqué pero me extraña que no hayas puesto el "Ken Follet - mode: on" en el relato. En cualquier caso abogo por pedir una continuación del mismo y, por supuesto, explicando con más detalle lo que comentas en el prólogo; sí, esa famosa hora y media de lengua en la que dedicabas a entender las elipsis, antítesis, epíforas y demás retórica lingüística y la que proporciona al Señor desvalido las rentas de glorias pasadas.

    PS. Corregida cierta parte no apta para veinteañeros/as.

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  2. Jajajaja!!! cuán cierto es tu comentario...no obstante, yo nunca escribo en modo Ken Follet: on, o...casi nunca. El dolor es pasajero, la gloria es eterna, y aquí, como sucedía en Matrix con la cuchara, no hay dolor; por lo tanto tenemos una situación win/win real, negando así las enseñanzas de Feliciano...

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  3. Esa especie de despertar brusco en medio del sueño, ansioso y tambaleante, cuán azote del delirium tremens, junto al hecho de que el objeto deseado sea guardado en la cómoda o en uno de los cajones del baño, y el nada desdeñable dato de que su vestirse sea "sin prisa pero sin pausa" y a ello le suceda la apertura de comercios variopintos, sólo dejan una posible conclusión: la irrefutable evidencia de que nos encontramos ante... ¡¡un adicto al jarabe para la tos!!

    PS. Por si quieres corregirlo: las batallas no son pírricas, son sus posibles victorias, aunque me callo si con "pírricas" te referías de un modo relativo al supuestamente legendario jugador del real madrid.

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  4. No, tienes toda la razón del mundo, pero así se presentó a concurso y así queda. Seguro que Mr. Decay está pensando para sus adentros "el cazador cazado" y riéndose mientras acaricia a uno de sus gatos...

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  5. Owned, raped, and headshot. Esas son las tres palabras que definen lo que pienso en estos momentos, aunque por mi cabeza pasan miles de cosas a la vez que terminan por confluir en un sólo término ya popular. Nessss.

    A modo de copiar cierta frase final de cada post de un blog que terminaré por anhelar más que ciertas personas:

    Escuchando: The Doors - L.A. Woman (Paul Oakenfold remix)

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